El Renacer de la Esperanza






Inicialmente, tenía la intención de comenzar este post de manera distinta y abordar otros temas. Sin embargo, hace apenas una semana, asistí al 30 Aniversario de Sôber + Savia + Skizoo en la Sala Mamba de Murcia, y viví un momento completamente inesperado. Experimenté una sensación que me hizo recordar una parte oscura del pasado, un tiempo que se mantenía oculto en algún rincón de mi memoria

Este fenómeno ocurrió durante la actuación de Morti y su interpretación del tema "Algún día", de Skizoo. Fue entonces cuando recordé que en el pasado había danzado con la muerte.

Hace algunos años, me encontraba en una sala de urgencias, con una mascarilla de oxígeno, conectada a un monitor y recibiendo sueros,  médicos colocando más catéteres, inyectando broncodilatadores y observando mis constantes vitales con cierta preocupación, mientras mi mente estaba dominada por esa misma canción una y otra vez. De repente, era como si yo misma me hubiera convertido en la chica del videoclip.

Durante el concierto, mientras la canción resonaba y Morti ofrecía una interpretación espectacular, de repente, no pude evitar reflexionar sobre cómo había llegado a esa situación en el pasado. Y justo en ese momento, como si estuviera predestinado, Morti hizo contacto visual conmigo... Y entonces pronunció aquella frase mágica que parecía contener todas las respuestas: "De silencio está hecho el disfraz que nos impide superar el miedo". 

Fue como si esas palabras resonaran en lo más profundo de mi ser, iluminando el camino, desbloqueando un recuerdo que permanecía escondido desde hacía mucho tiempo. En ese preciso instante,  tras el flashback, las lágrimas brotaron de mis ojos, como si fueran un torrente. Sentí que esas palabras resonaban en las fibras más sensibles de mi alma, como una melodía que despierta recuerdos enterrados y emociones guardadas en lo más profundo de mi ser, y que habían estado olvidados por años. Fue como si cada palabra de aquella frase fuera una llave que abría las puertas de mi corazón, liberando una cascada de sentimientos que había permanecido latente durante tanto tiempo y permitiéndome ver a un atisbo de mi pasado no tan lejano.

Silencio y  Miedo, dos de los enemigos más despiadados para quienes alguna vez hemos vagado por las sombras. Son como compañeros oscuros que acechan en los rincones más profundos de la mente, tejiendo telarañas de dudas y temores que te hacen prisionero de tu propia oscuridad, son esas cadenas invisibles que te mantienen anclado en ese agujero oscuro, impidiéndote salir.

 Yo era su cautiva, viviendo sometida a la soledad. Recordé, por un momento, aquella sensación de derrota y el dolor intenso que invadía cada rincón de mi ser. Cada intento por encontrar una razón para luchar resultaba en vano. Cada día me sentía más derrotada, más sola, más hundida. Los días y las noches se volvían iguales, un martirio cada vez más intenso de mi propia agonía sin esperanza.

El silencio me anclaba cada vez más en ese abismo donde el miedo me torturaba de manera permanente. La ausencia de otros sonidos solo dejaba espacio para los pensamientos oscuros que atormentaban mi mente, convirtiéndose en una prisión sin puertas ni ventanas. Era como si el silencio mismo se aliara con el miedo para mantenerme atrapada en un ciclo interminable de desesperación.

Fue entonces cuando solo vi una salida posible: dejar de existir.

Hacía tiempo que notaba que perdía facultades. Ya no podía caminar con normalidad, dormir se volvía un desafío y tragar alimentos o líquidos representaba un riesgo constante de ahogamiento. La capacidad de hablar, expresarme y comunicarme con otras personas se desvaneció, alejándome cada vez más de cualquier forma de relación interpersonal. Me sentía atrapada en un cuerpo que no respondía a mis deseos ni necesidades, sumergida en una sensación de aislamiento continuo. Poco a poco, sentía que me iba apagando, adentrándome cada vez más en la oscuridad de mi propio deterioro. En mi mente solo había dolor, sin pensamientos coherentes ni salidas. Estaba permanentemente atrapada.

La idea de rendirme se había arraigado como una decisión firme. Era como si esa opción se hubiera convertido en un eco constante, resonando en cada pensamiento y acción, ganando cada vez más fuerza, envolviéndome en su oscura influencia. No luchaba contra ella porque no lo deseaba, y la sensación de derrota se volvía cada vez más abrumadora, hasta el punto en que la idea de dejar de existir parecía ser la única salida posible frente a mi dolorosa realidad.

Pedir ayuda ya no parecía una opción viable; en mi interior, la voz del miedo me susurraba que el silencio era la mejor respuesta. Me mostraba un abanico de sucesos aterradores que podrían desencadenarse si tan solo me atrevía a compartir mi situación con alguien más. Y yo le creía... Por supuesto, pues esa voz era mi única compañía en aquel abismo de desolación. Sé que no es fácil entenderlo, al igual que es difícil describirlo, pero cuando te sientes bajo el yugo de la depresión y la derrota personal, la palabra "esperanza" parece perder todo su significado.

El miedo me mostraba el impacto que podrían tener mis palabras sobre las demás personas. Podía ver con claridad multitud de escenarios posibles, todos decadentes, todos fatales y terribles. En todos ellos, era yo la causante, culpable y única protagonista de tanta desgracia.

¿Ves lo que podría pasar si hablas? - Decía esa voz - ¿Quién va a creerte? ¡Nadie! Todos te verán como la única responsable.

Y yo le creía..

Eres una carga para los demás, una molestias para quienes te rodean - Decía otras veces - ¿Quién va a creerte? Tu testimonio no tiene validez, no te creerá nadie. Te juzgarán como la única culpable, todos te rechazarán y el mundo seguirá girando. Nadie se preocupa por ti...

Y yo asentía...

Tienes razón - pensaba, dejando que la oscuridad del autoengaño y la autocrítica se apoderaran aún más de mi mente.- Tienes razón - me decía yo sumergiéndome en la creencia de que nadie me entendería. A lo que el miedo respondía:  ¿Lo ves? Es mejor guardar silencio.

Y yo callaba...

Tengo recuerdos difusos de aquel tiempo; a veces vagaba por la casa, sola, como un fantasma. Los días y las noches se extendían hasta el infinito, pero también lo hacían las horas, los minutos y los segundos... Recuerdo abrir los ojos y encontrarme rodeada por la oscuridad, apenas unos hilos de luz amarilla artificial se filtraban a través de la persiana. Parpadeaba y de repente la luz se volvía blanca y natural, acompañada de voces y sonidos provenientes de ese otro lado de la realidad. La noche y el día se resumían a un simple parpadeo, como si el tiempo se desvaneciera entre destellos de luz y sombra. El resto del tiempo dormía sin soñar, solo silencio. No recuerdo mucho más, ni siquiera el tiempo que pasé presa de esa interminable pesadilla.

Había notado que desde hacía semanas que me faltaba el aliento. Poco a poco, mi respiración fue empeorando y mi organismo comenzó a resentirse por la falta de oxígeno. Pero lo que en un principio parecía una ligera molestia por la falta de movilidad y cuidados, no tardó en avanzar hasta convertirse en sonidos y silbidos cada vez más fuertes con cada respiración junto con cansancio extremo. Cada bocanada indicaba una evidente falta de oxígeno, y me di cuenta de que lo que fuera que me estaba sucediendo era mucho más grave y estaba, literalmente, asfixiándome. Entonces, la palabra "esperanza" empezó a adquirir otros significados más siniestros en mi mente: La resistencia de mi corazón ante la escasez de oxígeno se convirtió en incertidumbre,  ¿Cuánto tiempo podría aguantar mi corazón funcionando a pleno rendimiento con falta de oxígeno? ¿Y cuanto tardaría en detenerse del todo? De repente lo vi claro, solo era cuestión de esperar y no hacer nada.

Todos los intentos de mis seres queridos por ayudarme o convencerme de acudir al médico cayeron en saco roto. En mi mente, sus súplicas adquirían un significado distinto. ¿Cómo podían pedirme que continuara viviendo en esa agonía un minuto más? ¿Para qué entonces querían que acudiera al médico? Yo no era consciente del dolor que mi estado les causaba, porque estaba convencida de que era un estorbo para ellos, una carga y nada más. Cuánta frustración debieron sentir al ver que no les escuchaba y me rendía, cuanta impotencia en cada intento fallido por llegar a mí, por hacerme entender que aún había esperanza, que podía encontrar ayuda y salir adelante. Pero yo estaba tan inmersa en mi propia desesperación que no podía ver más allá de mis propias sombras. Algún día me gustaría conocer esa otra parte de la historia, la que ellos vivieron. Entender sus esfuerzos por ayudarme y cómo se sintieron al ver que me rendía contra mis propios demonios. Esa parte se mantenía invisible a mis ojos. Tardé mucho tiempo en darme cuenta de que mi propia mente me engañó haciéndome creer que estaba sola en esta lucha. No estaba sola, había personas que me amaban y estaban dispuestas a enfrentar mis batallas junto a mí. Nunca estuve sola.

Cuando mi pecho empezó a arder con cada bocanada de aire y esta no alcanzaba a llenar ni una tercera parte del oxígeno que demandaba mi cuerpo, supe que estaba cerca de lograr mi objetivo, tal vez solo estuviera a unos pocos días. Ya no dormía y no había postura lo suficientemente cómoda que me permitiera dormir dos horas seguidas sin despertar con espasmos por la falta de aire, mi respiración se reducía a una sinfonía de silbidos. Ni siquiera era capaz de tragar saliva. Cualquier movimiento, por leve que fuera, se convertía en cansancio y fatiga extremos, con las pulsaciones disparadas. Me sentía como un pez fuera del agua, luchando por respirar.

Era ya de noche cuando sentí que alguien me acariciaba, me hablaban... Podía escuchar su voz agitada rogándome que le permitiera llamar a un médico, pero como siempre, mi respuesta automática era "no". La voz seguía hablando, pero yo ya no podía entenderle... pasos que se alejan y de nuevo silencio.

Y entonces, algo mágico pasó.

Fue como una chispa de luz diminuta, apenas duró una milésima de segundo, pero lo suficientemente brillante como para provocar un recuerdo escondido en algún rincón de mi mente. En él, podía ver a esa Isabel del pasado... De pronto ya no era uno solo, eran múltiples recuerdos encadenados de mí misma de años atrás; con mis seres queridos, con amigos, la música...La voz de mi madre,  aquel primer concierto, la sensación de patinar de nuevo, la vez que confundí la sal con azúcar en el bizcocho y mi padre fingió comerlo como si nada para no herir mis sentimientos, Silas jugando conmigo al pilla pilla por toda la casa, Euterpe, aquel salto en parapente.... No fue como ver pasar mi vida ante mis ojos, sino como si mi mente, que durante todo ese infinito tiempo parecía estar a oscuras y sin recuerdos, estuviera luchando por no rendirse. Protestaba ante lo casi inminente y comenzó a desplegar imágenes aleatorias de aquella vida que apenas recordaba ya, y que, si nada lo impedía, estaba a punto de perder. Era como si un último esfuerzo de mi ser tratara de recordarme quién era antes de que todo acabara para mí... Y ese disparo de luz me hizo desear volver a esa vida.

Cuando la voz de Ramón volvió a suplicar que le dejase ayudarme, le respondí "¡Sí!" a pesar de todos mis temores.

El silencio alimenta al miedo y este mata toda esperanza. Es como si en la ausencia de palabras para pedir ayuda, el miedo encontrara su terreno fértil para crecer y expandirse, ahogando cualquier posibilidad que pudiera haber existido. Es ahí donde se vuelve más poderoso, más opresivo, hasta que finalmente eclipsa cualquier oportunidad de encontrar una salida.

Es difícil, lo sé, pero el único modo de salir de ahí es cuando ignoras tu miedo lo suficiente como para pedir ayuda. En esas décimas de segundo posteriores, todo cambia y las voces que te llenan de amargura desaparecen. Es como si un destello diminuto rompiera la oscuridad, permitiendo que la luz penetre. Es un acto de rebeldía, el primer paso hacia la posibilidad de una nueva vida, una donde el miedo ya no tiene el poder de dictar tu destino. 

Atrévete, a pesar de tu miedo, y te sentirás valiente. - (William James)

Pedir ayuda es desafiar al miedo y ganarle la partida.

Ese no fue el final de la oscuridad, en realidad fue como resucitar. Aún me esperaba un largo y angosto camino que recorrer entre claroscuros y tinieblas, pero ahora sabía que podía encontrar pequeñas chispas de luz que me motivaran a seguir dando pasitos en mi lucha por la superación personal.

Si estás leyendo este post y te has sentido identificado, recuerda que siempre hay esperanza de un nuevo comienzo mientras no permitas al miedo convencerte de que te rindas. Busca ayuda.







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