Cambiar la ecuación - Aprender a dar sin perderte a ti mismo
Rompedor o roto. Dador o enterrador. Sanador o farsante.
Así dice el estribillo de una canción que había escuchado muchas veces sin detenerme en sus palabras. Pero hoy no puedo dejar de escucharla. Porque en esas líneas encontré lo que nunca supe explicar: el peso de vivir según un manual que no te prepara para la vida real. Un manual que nos enseña a dar sin límites, a esperar sin medida y a perdonar sin cuestionar.Desde pequeños, nos inculcan una lección, ser generosos nos hace mejores personas. Nos enseñan a compartir, a ceder, a dar lo mejor de nosotros mismos con la promesa de que, a cambio, recibiremos lo mismo. La fórmula parece sencilla: cuanto más das, más recibirás. Y la recompensa más noble, nos dicen, es la satisfacción de ayudar sin esperar nada a cambio.
Así crecemos, esforzándonos por cumplir con esas expectativas. En la escuela, nos enseñan que compartir nuestros juguetes es una virtud. En casa, nos animan a ceder nuestro lugar o a prestar ayuda incluso cuando no queremos. En la vida adulta, esto se traduce en aguantar injusticias, sonreír ante insultos, perdonar sin límites y dar una y otra vez, creyendo que esa es la clave para una vida feliz.
Lo que nadie nos explica es que esta ecuación tiene una cara B: si no establecemos límites, si damos sin medida, podemos perdernos en el proceso. Nos convertimos en piezas que otros utilizan, en un "sírvase usted mismo" sin restricciones. Y cuando las cosas no salen como esperábamos, comenzamos a preguntarnos: ¿qué estoy haciendo mal?
He vivido años siguiendo esta fórmula, dando sin reservas y sacrificándome por los demás. Pero en lugar de encontrar reciprocidad, encontré vacío. Cuando necesitaba apoyo, la mayoría de las personas no estaban. Siempre había excusas: estaban ocupados, tenían planes mejores o simplemente desaparecían. Pero yo justificaba sus ausencias: "Están pasando un mal momento, no quería molestar." Nunca se me ocurría pensar que ellos, simplemente, no valoraban lo que yo hacía.
Un ejemplo que ilustra esto: he sido esa amiga que deja todo para escuchar y consolar. Que ofrece su tiempo, su energía, su hombro para que otros lloren. Y cuando ellos mejoraban, me alegraba sinceramente por su bienestar. Pero cuando era yo quien necesitaba hablar, sus respuestas llegaban semanas después, si es que llegaban. En el mejor de los casos, preguntaban cómo estaba, pero nunca ofrecían lo mismo que yo les di. Aun así, me conformaba, pensando que tal vez había algo mal en mi parte de la ecuación.
En mi antiguo trabajo, esta misma dinámica se repetía. Me esforzaba al máximo, asumía responsabilidades extras, me ofrecía como voluntaria en tiempos difíciles. Pero cuando las cosas mejoraban, los méritos iban a parar a otros. Nuevos compañeros eran contratados y alcanzaban mi mismo rango sin haber pasado por los sacrificios que yo hice. Y yo, una vez más, me preguntaba: ¿qué estoy haciendo mal?
El problema no era solo lo que los demás hacían, sino lo que yo permitía. Al no establecer límites, al no aprender a decir "no," abría la puerta para que otros tomaran lo que querían sin considerar cómo me afectaba. No era generosidad lo que practicaba; era autoanulación.
Con el tiempo, esta dinámica afectó mi autoestima. Empecé a sentir que mi valor dependía de lo que podía hacer por los demás. Creí que ser una "buena persona" significaba dar sin cuestionar, pero no me daba cuenta de que en el proceso estaba perdiendo partes de mí misma. Y cuanto más daba, menos recibía, y más resentimiento acumulaba.
Ahora entiendo que la generosidad, como todo en la vida, debe tener límites. Que dar es valioso, pero no a costa de uno mismo. He aprendido algunas lecciones que están transformando mi manera de relacionarme con los demás.
Poner límites saludables. No es egoísta priorizarme. Decir "no" cuando algo no me beneficia o me afecta negativamente es un acto de amor propio.
Elegir a quién doy. No todos merecen mi tiempo, energía o apoyo. Dar debe ser una elección consciente, no una obligación.
Valorarme a mí misma. Mi valor no depende de cuánto hago por los demás, sino de cómo me cuido y respeto.
Dejar de justificar. No tengo que buscar excusas para las personas que no valoran mi esfuerzo. Sus acciones dicen más que sus palabras.
La canción decía: "Rompedor o roto. Dador o enterrador. Sanador o farsante." Durante mucho tiempo fui "roto" y "dador," creyendo que eso me haría feliz. Pero ahora veo que la verdadera felicidad está en el equilibrio. En aprender a dar sin perderte a mi misma. En construir relaciones donde la reciprocidad sea real y el respeto mutuo sea la base.
Si esta reflexión te resuena, tal vez sea hora de revisar tu propia ecuación. Porque mereces relaciones recíprocas, tiempo para ti mismo y una vida donde dar no signifique perder.
El principio fundamental de la libertad
Es la única noción a obedecer
Las fórmulas de la evolución y el pecado
Guiando el camino
El renacimiento está cerca de completarse
Mientras despertamos lentamente del letargo
Mientras despertamos lentamente del letargo
La mala práctica del espíritu termina
(¡Puertas!)
Cuando el don es recuperado una vez más
(¡Puertas!)
Las reglas y restricciones ya no son válidas
(¡Puertas!)
Cuando el antiguo futuro es reclamado
(¡Puertas!)
Las reglas y restricciones ya no son válidas (¡puertas!)
Cuando el antiguo futuro es reclamado (¡puertas!)
Todo está allí para los ojos que pueden ver
Los ciegos siempre sufrirán en secreto
Porque es el presagio de lo que yace sumergido (engendrando)
Intacto dentro de nosotros (sangrando)
El principio fundamental de la libertad
Es la única noción a obedecer
Las fórmulas de la evolución y el pecado
Guiando el camino
El renacimiento está cerca de completarse
Mientras despertamos lentamente del letargo
Para recibir la luz que brilla en la oscuridad
La luz que brilla para siempre
Para siempre
Sé el roto o el rompedor
Sé el dador o el enterrador
Abre y desbloquea las puertas
Sé el sanador o el farsante
Las llaves están en tus manos
Date cuenta de que eres tu propio único creador
De tu propio plan maestro