Mientras Aún Suene la Música



Probablemente, una de las primeras cosas que aprendí en mi infancia fue a disociarme de la realidad, y por eso no recuerdo gran parte de ella. 

Mi mente se desconectaba cada vez que no podía enfrentarla, cada vez que no podía soportar el impacto del miedo. Usaba la disociación como una manera de protegerme, de escapar mentalmente cuando físicamente no era posible. De ese modo, bloqueaba las sensaciones físicas y emocionales, adormeciendo el asco y la inmensa repugnancia que me provocaba sentir sus manos recorriendo mi cuerpo, apretando con furia y fuerza mis no desarrollados pechos de niña, su cuerpo de adulto frotándose contra mi diminuto cuerpo, sus gemidos en mi oído, su lengua babosa en mi boca.

Tenía solo 5 años cuando sucedió por primera vez. Ni siquiera comprendía lo que ocurría, pero sentía que era algo malo, como si yo fuera la única responsable de aquello y que debía sentir culpa y vergüenza. Él era un pariente cercano, un adulto que gozaba de la absoluta confianza del núcleo familiar, alguien de quien jamás se sospecharía. 

En mi mente estaban grabadas dos versiones de él: la del hombre sonriente que todos adoraban y la del monstruo que me encerraba en aquella habitación para torturarme, arrancarme la ropa y agredirme, una versión que solo yo conocía. Mi mente no podía soportar tan cruel realidad y, para protegerme, se esforzó por separar lo "bueno" de lo "malo" para seguir adelante. Así, ignoraba la versión del monstruo que solo yo veía para mantener la versión "buena" que todos admiraban, así fue cómo comencé a desarrollar disonancia cognitiva.

Era frecuente ver las dos versiones del monstruo, su facilidad para mutar de una versión a otra me generaba una profunda confusión. ¿Cómo era posible que esa persona adorable a la que todos querían pudiera convertirse en ese monstruo cuando no había nadie más? ¿Qué era eso tan terrible que yo hacía o tenía que lo transformaba?

Él sabía que yo era una presa fácil e indefensa, tan impactada y traumatizada que jamás me arriesgaría a delatarle, incluso cuando las violaciones se sucedían con tanta frecuencia y a lo largo de los años que perdí la cuenta de cuantas fueron.

Aquel ser me robó la infancia. Yo no era más que una niña que apenas sabía nada de la vida, y ya me odiaba a mí misma, sintiéndome la única culpable de que me agrediera. Aún no había experimentado vínculos de amistad o amor, pero ya conocía la vergüenza, el asco y la culpa simplemente por existir,  no entendía cómo alguien tan "bueno" para los demás podía transformarse en esa especie de depredador cruel cuando no había nadie más alrededor.

Con los años, desarrollé mejores formas de disociación. No me llevaba más de un segundo huir de la realidad, dejar de sentir y no ser consciente. Mi mente había perfeccionado esa habilidad con tal eficacia que, cuando todo terminaba, parecía que ni siquiera quedaban recuerdos traumatizantes que me mortificaran. Era como si las violaciones no pudieran dejar ningún rastro, como si no hubieran sucedido. Pero existían, como también aquellos recuerdos, aunque lograba que se mantuvieran ocultos en alguna parte de mi cerebro.

Aquellas agresiones me provocaron no solo un trastorno disociativo que hasta el día de hoy me ha dejado una profunda amnesia y dificultades para recordar gran parte de mi infancia y adolescencia. También me generaron dificultades para relacionarme con los demás niños. Debido a mis problemas de autoestima, crecí con la idea de que era diferente y de menor valor que el resto. De hecho, fui blanco perfecto de bullying porque era incapaz de reaccionar cuando alguien me agredía o maltrataba. Me solía quedar quieta hasta que todo pasaba, ya fueran insultos, mofas o agresiones. Mi mente se disociaba para evitar el sufrimiento.

La soledad y el aislamiento eran lo único que parecía funcionar mientras el mundo giraba y nadie parecía percatarse de mi martirio.

¿Por qué no conté nada a mis padres? ¿Por qué no busqué ayuda? Era una niña que no comprendía lo que me sucedía. El monstruo era alguien que gozaba de la confianza de la familia, alguien mucho mayor que yo que actuaba de forma diferente cuando no estaba a solas conmigo. Yo interpretaba todo aquello como algo malo en mí y me odiaba por ello. Sentía asco, repugnancia, vergüenza y culpa. ¿Cómo podía contarle a mis padres lo que pasaba sin que me vieran responsable? ¿Y si por ello dejaban de quererme? Esa era la pregunta que me hacía creer que mantener el silencio era lo único que podía hacer.

Con el paso del tiempo, mi situación empeoró. El monstruo decidió revelar a otra persona lo que me hacía, como una terrible invitación para que esta también abusara de mí. Y así fue.

Aquel otro individuo no era un familiar, pero tampoco era un desconocido. Conocía a mi familia y yo solía pasar tiempo con su hermana de vez en cuando. Incluso él nos visitaba algunas veces. Por eso, no sospeché de sus intenciones cuando me llamó desde su garaje, que la familia usaba como entrada principal a su casa. Lo que sucedió después de entrar ahí fue que me derribó de una bofetada, obligándome a caer al suelo, y luego se echó encima de mí. Él era mucho más despiadado y gozaba de ejercer su crueldad, hablándome al oído todo tipo de amenazas e insultos mientras me violaba, disfrutaba infligiendo aún más dolor, y cuando gritaba, cuando lloraba. Yo solo tenía 8 años...

No sé cuanto tiempo duró aquello, en algún momento de aquel tormento, se abrió la puerta del exterior y alguien entró. Era la abuela del violador. La señora echó un vistazo al suelo, donde él me tenía presa mientras me forzaba. Hizo contacto visual conmigo, viendo mi súplica por ayuda y el terror en mi cara. A continuación, salió del lugar cerrando la puerta tras de sí, sin inmutarse, como si nada hubiera pasado. La señora no hizo nada, ni siquiera una mueca de desaprobación. Aquella escena no le resultaba extraña, sino algo normal. Por suerte, la interferencia de su abuela le despistó brevemente, lo suficiente como para poder zafarme de su presa y escapar, aún con las braguitas bajadas y a medio vestir.

Otros tres individuos lo intentaron también, como una oleada de agresores que se sentían autorizados a actuar al saber de otros abusos. Pero afortunadamente logré huir justo a tiempo. El último de ellos, sin embargo, estaba decidido a no fallar y trató de asfixiarme tapando mi boca y mi nariz con su enorme mano mientras con la otra intentaba derribarme al suelo. Y como por intercesión divina, cuando sentía la falta de oxígeno, mi rodilla se elevó, golpeándolo en la entrepierna y de ese modo logré escapar.

Sufrí agresiones hasta aproximadamente los 12 años de edad, cuando los dos monstruos parecían haber cambiado de rumbo, olvidándose de mí pero eso no significa que los daños se mitagaran o desaparecieran, ya entonces sufría de una extraordinaria disonancia cognitiva que me acompañó toda la vida, hasta hace unos pocos años en los que decidí mirar de frente mi realidad, por doloroso que fuera, en lugar de sólo "lo bueno" para sobrevivir.

La niña que fui, y que aún vive en mi interior, se ha pasado la vida buscando una oportunidad de ser libre, de ser y sentirse amada. Su corazón, hambriento de amor, anhelaba un refugio seguro donde sentirse protegida, un lugar donde pudiera ser simplemente como era. Ha buscado desesperadamente la validación de su existencia, la confirmación de que era digna y valiosa tal como era, sin sentirse inferior ni culpable. Luchaba por liberarse de las cadenas invisibles que la aprisionaban, soñando con un lugar donde encajara sin necesidad de ocultar su esencia. Anhelaba ser aceptada, donde se sintiera incluida y valorada, donde no hubiera nada malo en ella para merecer maltrato, rechazo y abandono. 

Tan simple como eso, tan difícil de alcanzar sin comprender que el verdadero valor reside en uno mismo. Que el amor genuino nace primero en tu interior y se proyecta en ti antes de que provenga de otros. Puedes ser quien anheles simplemente creyendo en ti. Que la perfección reside en ser como eres, con todas tus luces y sombras y no necesitas la aprobación externa para sentirte válido, porque la única validación que realmente importa es la tuya. Equivocarse está bien y no hay nada indecoroso en ello, como también lo está cambiar de opinión si la que tenías ya no se alinea con tus creencias. Que no debes temer ser tú mismo y mostrar al mundo tu verdadera esencia, porque aquellos que se identifican con tu forma de ser se acercarán a ti, y los que no, no merecen tu esfuerzo por convencerlos. Y que los que menosprecian, insultan y difaman a los demás para reafirmar su valor, no tienen ningún honor y no merecen tu atención. Quienes te tratan como inferior, carecen de empatía o recurren a los gritos e insultos, no merecen ni un segundo de tu tiempo sino tu ausencia, porque sentirte suficiente no implica achicar tu mundo para encajar en el de alguien más, del mismo modo que no caminarías en un par de zapatos más estrechos que tus pies, por muy bonitos que sean,  porque pronto acabarías haciéndote daño. Ser suficiente empieza por amarte a ti mismo de tal modo que tengas la confianza de enfrentar todos tus retos, la valentía para admitir tus errores y la sabiduría para aprender de ellos y superarte. Ser suficiente es siempre elegirte a ti primero, estableciendo límites y asegurando que se respeten. Las personas que se pierdan en el camino por no respetar esos límites son insuficientes para ti, y por lo tanto, no son dignos de ti.


Pero todo eso lleva un proceso muy largo. Primero, tuve que entender que yo no fui responsable de lo que me pasó, que la culpa jamás recae sobre la víctima. La responsabilidad recae únicamente en el agresor, quien decide forzar a otro ser humano a un acto tan vil. Una violación no es un acto de deseo, es un acto de violencia, de dominación, de destrucción del otro. Es un ataque brutal a la dignidad humana que jamás debe ser minimizado ni justificado.  Quienes se atreven a culpar a las víctimas por su forma de ser, de vestir, por el "algo habrá hecho" o cualquier otro aspecto, merecen el mismo rechazo que los agresores.

Durante años intenté huir de cada agresión cada vez que me disociaba de la realidad. Traté de escapar de una realidad que no entendía por qué me ocurría, una realidad que me destruía, me llenaba de asco y me obligaba a odiarme y a culparme. Trataba de escapar del dolor creyendo en "la parte buena" de mis agresores, porque era más fácil pensar que yo era la que estaba mal. Ignoré todas las señales de advertencia, no reconocía la maldad y crueldad de aquellas "personas". Me obligué a verlas como normales e inocentes acrecentando la disonancia cognitiva para sobrevivir.

La música era, casi siempre, mi única compañía al volver del colegio. Podía pasarme horas escuchando una y otra vez los viejos discos de Roy Orbison, refugiándome en la maravillosa voz de aquel señor de gafas oscuras que sonreía tímidamente en televisión. También encontraba consuelo en la energía y fuerza de  Elvis Presley, el carácter arrebatador de Tina Turner,  el encanto de Whitney Houston, la poderoso talento y dulce personalidad de Michael Jackson, con quien años después empatizaría profundamente al conocer su terrible historia de maltrato durante la infancia. Más adelante, mi refugio musical se amplió con bandas como Europe, Scorpions, Iron Maiden, Bon Jovi, y un sinfín más. 

La música me hacía soñar y creer que era libre, suficiente, merecedora de cariño, importante, visible, y capaz de cualquier cosa. Pasó mucho tiempo antes de darme cuenta de que no necesitaba soñar para sentir todo eso; ya era todas esas cosas.

Desde los 13 años en adelante, viví en paz. En esas etapas de reclusión y aislamiento, también descubrí mi amor por la lectura, una pasión que aún disfruto hoy. Leía montañas de libros, relatos, cómics... lo adoraba. Era una forma de disociación más divertida en la que, al igual que con la música, podía desconectar del mundo que me rodeaba para viajar a otros y ser testigo de millones de historias que me atrapaban de principio a fin. Con la lectura, también descubrí otros talentos, como escribir mis propios relatos. Lo amaba.

Con el tiempo, descubrí otros hobbies, todos con una base creativa, como el dibujo realista, modelar figuras y la danza. Eventualmente, se me presentó la oportunidad de tocar música, grabar maquetas, hacer conciertos y conocer ese mundo desde otra perspectiva. Durante 12 años, además de vivir mi sueño de formar parte de una banda, también fui parte de la directiva de una asociación musical con la que logramos subvenciones para ayudar a otros jóvenes músicos, organizamos festivales de música con grupos y artistas reconocidos a nivel nacional, y organizamos cursos impartidos por personas increíbles. Año tras año, hicimos realidad multitud de sueños.

Tuve una adolescencia feliz. Allí conocí el significado de la amistad y también del amor, la pasión y el deseo genuinos. Las agresiones sexuales que sufrí en mi infancia no impidió que experimentara el amor pleno, las relaciones sexuales sanas y consentidas, y una estabilidad y plenitud normales. Disociarme de la realidad durante aquella etapa tan horrible me permitió mantener aquellos recuerdos tan dolorosos retenidos y ocultos en algún lugar de mi mente, donde no pudieran estropear con su presencia mi pubertad y gran parte de mi etapa adulta, mi desarrollo personal, académico y profesional. Hasta que, muchísimos años después, una nueva amenaza despertó aquellos recuerdos dormidos y el estrés post traumático que se acumuló desde entonces se desató con fuerza, atacándome con flashbacks de aquellos recuerdos que se habían mantenido ocultos por tantos años. Ahora adquirían un nuevo significado, ya que los procesaba desde la perspectiva de una adulta que resignificaba todo aquello en lugar de la niña que no sabía qué significaba. Fue como vivirlo de nuevo por primera vez. Fue extremadamente doloroso y destructivo. 

Mi mente no pudo canalizar todo aquello. Sentí que todo lo que había vivido hasta ese momento perdía su valor. Se desató un pánico excesivo, la repugnancia y el asco acumulados por años, la vergüenza, la culpa, la destrucción de mi autoestima, la percepción de mí misma y el amor propio. Mi mundo se derrumbó por completo. Y durante años me envolvió la oscuridad más absoluta. Morí en vida, y como describí en la publicación El renacer de la Esperanza, hasta incluso llegué a desear que abandonar este mundo fuera una realidad.

Viví años de tormentosa depresión, una época marcada por la ausencia de sueños y esperanza, y un profundo sentimiento de pérdida. Aunque tardé en comprenderlo, mi alma y mi corazón no estaban listos para rendirse, eso no pasará Mientras Aún Suene la Música.

Como seguramente ya habéis podido advertir, no ha sido fácil para mí describir mi historia y los motivos que me hundieron en un profundo abismo del que me costó años escapar. Esta es mi historia, una que he tratado de evitar toda mi vida porque me sentía la única responsable. Al contarla hoy, estoy enfrentando el miedo con valentía, una herramienta que no creía que podía alcanzar.

Ojalá que, si estás leyendo estas líneas y te sientes identificado/a con algún contenido, puedas sentir que no estás solo/a, sin importar cuál sea la batalla que estés enfrentando ni lo que te empujó a caer en el mismo abismo que yo. Siempre hay motivos para seguir adelante, para enfrentar el miedo, para superar el horror, el dolor o cualquier otro eslabón de esa cadena que te mantiene cautivo/a y a merced de los demonios de la oscuridad.

En próximas publicaciones, quiero compartir el modo en que fui sorteando y superando obstáculos en ese proceso: a qué me aferré, las personas que encontré en el camino y cómo me motivaron para continuar. Quiero contar cómo llegué a donde estoy hoy, aún peleando esa batalla pero decidida a ganar esta guerra. Quizá en esa parte encuentres algunas ideas que te inspiren en tu propio camino.

Hoy me siento muy dichosa. Aunque ya hace un tiempo que decidí romper el silencio con mis seres queridos al hablarles abiertamente de todo esto, hoy siento que me he liberado, al hacer pública mi historia en el blog, de una carga que me hacía pedazos durante años . No quiero despedirme sin antes decir que, si eres víctima de cualquier tipo de maltrato, agresión o abuso, no lo calles, busca ayuda. Lucha por ti, por ser libre y ser feliz.

Encontré una carta preciosa que me encantaría compartir con todos vosotros. Está publicada en la web de la Asociación Española del Trauma Psicológico, te la dejo justo aquí .

Y este otro recurso que también está a tu entera disposición para ayudarte. No alimentes al monstruo con tu silencio.

  • Teléfono de atención a víctimas de violencia sexual: 900 900 120
  • Teléfono: 016
  • Correo: 016-onlinw@igualdad.gob.es 

He habilitado el correo electrónico mientrasaunsuenelamusica@gmail.com, donde también podéis contactar conmigo si así lo queréis. No puedo ofrecer terapia ni la ayuda que un profesional os brindaría, puedo apoyarte, escucharte y motivarte para seguir adelante porque NO estás solo/a.




Habitación 208 - Sôber

Prefiero romperme en mil pedazos
Y meter los trozos en un barco
Por si algún día quiero navegar
Prefiero salir lleno de arañazos
Que vivir esta farsa a tu lado
Y soportar esta traición


Libre quiero estar
Alto quiero volar
Fuera de tu control
Fuera de esta prisión
Fuerte voy a gritar
Lejos quiero llegar
Y de tu locura
Me quiero olvidar
Me quiero olvidar


Salir de esta cárcel de cristal
Correr y nunca más mirar atrás
Lograré despertar aunque todo esté borroso
Porque bajo cada cicatriz que tengo
Hubo algo hermoso


En lo más profundo de mi ser
Encontraré la fuerza que me falta
Para ser fiel a mi voluntad
Aunque me caiga una y otra vez
Sé que nunca lograrás
Que me arrastre y me rinda a tus pies


Libre quiero estar
Alto quiero volar
Fuera de tu control
Fuera de esta prisión
Fuerte voy a gritar
Lejos quiero llegar
Y de tu locura
Me quiero olvidar
Me quiero olvidar


Salir de esta cárcel de cristal
Correr y nunca más mirar atrás
Lograré despertar aunque todo esté borroso
Porque bajo cada cicatriz que tengo
Hubo algo hermoso


A cada paso que doy
Me acerco a mi destino
Dejando atrás mis miedos
Dejando que mi propia luz brille
Dentro de mí


No importa cuántas veces
Me haya derrumbado
Solo llevo la cuenta
De las que yo me he levantado


Salir de esta cárcel de cristal
Correr y nunca más mirar atrás
Lograré despertar aunque todo esté borroso
Porque bajo cada cicatriz que tengo
Hubo algo hermoso

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